Todo parece indicar que una época termina, la del individuo orgulloso de sí mismo, celoso de su libertad, soberbio en su autonomía, en su pretendida capacidad para resolver por él mismo todos los problemas. Para su desdicha, la vida se complica —o tal vez habría que decir se complejifica, se hace más compleja, más rica y variada en cuanto a las interacciones que conforman el tejido de la vida—, y ese individuo de otro tiempo de pronto se da cuenta que su inteligencia no es tan grande como pensaba, y que de hecho no alcanza para resolver los retos que plantea ahora la vida. Se da cuenta que necesita abandonar su pedestal, incorporar otras voces; algunas cercanas, otras profundas y misteriosas.
Y otra época comienza, la del individuo participante. Sin duda un individuo, pero capaz de crear y sostener espacios de participación abiertos a todas las voces, espacios de seguridad y confianza donde poder expresarse sin temor, desde lo que cada uno es, creativamente. Un individuo consciente de sus limites, pero que ha encontrado en el otro una elegante manera de superarlos. Lo que desde el miedo produce separación, desde la confianza y el amor produce conexión. Esto es la red, una estructura por la que circula información, recursos, afectos... El individuo participante es un ser enREDado. Un ser que entiende y aprecia la compleja trama de la vida y se siente parte de ella. Un ser que sabe que la vida es relación, red, comunidad.
Está ahí, en las plazas.
PD: Para saber más sobre las características del Individuo Participante, ver: http://www.selba.org/UlisesEscritos/IndividuoParticipante.pdf