Resulta obvio decir que un grupo está formado por personas, pero ¿son
esas mismas personas parte del grupo que forman? La respuesta ya no es
tan obvia y pensar alegremente que sí es la causa de numerosos
conflictos que se podrían evitar. Aunque parezca extraño, los miembros
de un grupo no son exactamente el grupo, siendo más adecuado situarlos
en una frontera difusa en la que no es fácil determinar cuándo alguien
actúa desde y para el grupo, o desde y por sus intereses personales. Las
personas formamos grupos por razones muy diferentes, normalmente para
hacer o conseguir algo que difícilmente podríamos conseguir solos.
Formar parte de un grupo también nos permite satisfacer algunas
necesidades personales, como pertenencia, afecto, reconocimiento, poder,
etc., que no hacemos tan explícitas pero que condicionan nuestra forma
de estar en un grupo. Lo normal es también que una misma persona forme
parte de varios grupos, consiguiendo algo diferente en cada uno de
ellos. No nos entregamos completamente a un grupo, ni nuestros intereses
personales coinciden siempre con los de los grupos en los que estamos.
De hecho, si la divergencia con un grupo es grande, si podemos lo
dejamos y buscamos un grupo más afín.
Por su parte, los grupos,
aunque están formados por personas, no se reducen a las personas que los
forman. Los grupos tienen unos objetivos que cumplir, unas tareas que
realizar, unos recursos con los que funcionar... y unas personas que
pueden llevar a cabo todas esas funciones. Las personas son sólo una
componente más en una compleja red relacional, inserta en un contexto
determinado y formada por personas, tareas y recursos en permanente
interacción. Sea lo que sea un grupo, su dinámica, identidad y
estructura, surge de ese flujo relacional entre sus componentes. De ahí
emergen normas, roles, patrones de comunicación, patrones de influencia,
mecanismos de cuidado o de opresión, etc. Es decir, un grupo es mucho
más que las personas que lo forman, y aunque un grupo no puede existir
sin miembros, éstos harían bien en recordar que no son más que una parte
de un todo que muchas veces se les escapa.
Todos los grupos
tienen más o menos claras sus fronteras externas, saben quién forma
parte del grupo y quién queda fuera, saben quiénes son sus potenciales
aliados y quiénes podrían hacerles daño. Lo que no saben, o no quieren
ver, es que los miembros de un grupo también son parte de su frontera y
que así los deberían considerar, en general como buenos aliados, en
ocasiones como un peligro del que es necesario protegerse. No deberían
olvidar que las personas forman parte de grupos muy diversos, que buscan
satisfacer sus intereses individuales y que éstos no siempre coinciden
con los intereses del grupo. Y si bien es cierto que, más allá de unos
objetivos y una visión, las personas formamos grupos para satisfacer
algunas de nuestras necesidades y que por tanto es labor del grupo
cuidar de ellas, un grupo debería igualmente plantearse cuáles de esas
necesidades personales son legítimas, cuáles puede acoger en un momento
determinado y cuáles debe rechazar para no poner en peligro su propia
existencia.
En facilitación trabajamos con un triángulo dorado.
En un vértice ponemos los resultados u objetivos que un grupo quiere
conseguir; en otro vértice ponemos los procesos, la manera en que el
grupo se organiza para alcanzar dichos resultados; finalmente, en un
tercer vértice ponemos las personas y sus necesidades. Para que un grupo
funcione, decimos, debemos atender por igual los tres vértices de este
triángulo. Debemos conseguir resultados, utilizar buenos procesos y
cuidar las personas y sus necesidades. Lo que no decimos es que en el
centro de este triángulo se halla el propio grupo, la razón de ser de
todo esto. Cuidar los tres vértices es cuidar el grupo. Es habitual que
los grupos fallen por malos procesos, en general por desconocimiento o
falta de interés. Pero también es habitual que fallen porque las
personas ponen más énfasis en satisfacer sus intereses personales que en
cuidar del propio grupo. Y ello se debe a la confusión comentada al
inicio. Los miembros de un grupo se ven a sí mismos como una parte
fundamental del grupo, hacen coincidir sus necesidades con las del
propio grupo, sin darse cuenta que en realidad son elementos
fronterizos, que una parte de ellos está en el grupo y que otra parte no
lo está.
Reconociendo esta componente externa en todos sus
miembros, un grupo podría decidir qué intereses o necesidades personales
es legítimo traer al grupo, cuáles se pueden acoger en un momento
determinado y cuáles son un potencial peligro para la estabilidad y buen
funcionamiento del grupo. En psicología social diversos estudios han
tratado de identificar cuáles son las necesidades básicas que una
persona busca satisfacer en grupo. Todas parecen reducirse a estas
cuatro: afiliación, reconocimiento, poder y recursos. Afiliación se
refiere al deseo de ser parte de un grupo, de ser aceptado por otros, e
incluye normalmente el deseo de tener relaciones positivas, cálidas, con
otras personas, dar y recibir afecto. Para que un grupo pueda atender
adecuadamente la necesidad de afecto de sus miembros, debe alcanzar
acuerdos, implícitos o explícitos, sobre cuánto tiempo es legítimo
dedicar a relaciones interpersonales no productivas, qué tipo de
relaciones están permitidas y cuáles no, qué hacer con alguien que
muestra una gran necesidad de afecto, etc. Lo que un grupo no puede
hacer es asumir incondicionalmente una carencia afectiva en uno de sus
miembros como si fuera propia, sobre todo si no tiene capacidad para dar
una respuesta adecuada a dicha persona.
La necesidad de
reconocimiento tiene que ver con el deseo de sentirnos respetados y
valorados por las aportaciones que hacemos al grupo. Está muy
relacionada con la autoestima y la confianza en uno mismo. Una persona
con baja autoestima suele buscar más el reconocimiento o la atención de
los otros, mientras que una persona con alta autoestima no busca tanto
el reconocimiento sino la realización personal, el poder expresar en el
grupo su capacidad y habilidades. De nuevo, para que un grupo pueda
satisfacer esta necesidad de sus miembros debe alcanzar acuerdos sobre
cómo hacer explícito el reconocimiento que éstos merecen por sus
aportaciones, o cómo asignar tareas y responsabilidades que requieren
mayores capacidades o nivel de exigencia. Y de nuevo, lo que un grupo no
puede permitir es dejarse arrastrar por el exagerado deseo de
reconocimiento de algunas personas, o por un falso sentido de igualdad
que impide a personas con grandes capacidades desarrollar todo su
potencial.
Aunque no todas las personas tienen la misma necesidad
de poder, casi todos los grupos se ven afectados por los deseos de
poder de algunos de sus miembros. Su deseo de influir, controlar o tener
un impacto en los demás no siempre es por interés propio, muchas veces
sólo pretenden hacer cosas que pueden ser beneficiosas para el grupo o
incluso para toda la humanidad. En cualquier caso, estas personas suelen
ser más argumentativas y defienden con más firmeza su posición en las
discusiones grupales, a veces con una fuerza que no resulta fácil
contrarrestar. Atender la necesidad de poder de estas personas, a la
vez que el grupo mantiene su autonomía y no se convierte en un
instrumento de manipulación de los poderosos, es uno de los mayores
retos a los que debe enfrentarse un grupo. Para afrontarlo, el grupo
necesita buenos líderes, es decir personas con poder dentro del grupo y
con la conciencia necesaria para traer estos temas al grupo y darles una
solución que pueda ser acordada entre todos. Entre otros acuerdos, el
grupo deberá decidir qué grado de disparidad es permisible entre quienes
tienen más poder y quienes tienen menos, qué formas de influencia son
aceptables, qué hacer con quien abusa de su poder, etc.
Por
último, no hay que olvidar que muchas personas están en grupos porque
obtienen beneficios tangibles y materiales, recursos que necesitan para
satisfacer otras necesidades tal vez más básicas. En casi todos los
grupos hay una relación clara entre el poder y el acceso a determinados
recursos grupales, económicos o materiales. Normalmente, las personas
con más poder tienen privilegios negados para personas con menos poder.
Un grupo debe plantearse qué proporción de los recursos grupales puede y
debe destinar a sus miembros para compensar su esfuerzo y dedicación, y
cuál es el grado de disparidad aceptable en la distribución de
recursos. De nuevo, una igualdad forzada en la distribución de recursos
no es aconsejable. Permitir ciertos privilegios en las personas con
mayor rango o poder puede ser una estrategia mucho más valiosa para el
buen funcionamiento grupal, e incluso para las personas con menos poder o
rango.
Llegar a acuerdos claros sobre todos estos puntos no es
fácil, especialmente si los miembros de un grupo no son conscientes de
sus propias necesidades, ni de cómo éstas afectan a la propia dinámica
grupal. Incluso es habitual justificar nuestras decisiones por razones
éticas o ideológicas, cuando en realidad tales razones esconden deseos o
motivaciones mucho más mundanas, como las cuatro necesidades comentadas
antes. Entre el individuo y el grupo existe siempre una tensión en
tanto que sus necesidades no siempre coinciden. Podemos evitar que dicha
tensión se convierta en un conflicto de imprevisibles consecuencias
creando espacios que nos permitan ganar conciencia de las razones que
impulsan nuestra palabra y nuestras acciones.