Nada, no saber nada, no pretender saber nada, observar el vacío que atraviesa el instante y dejarse llevar por el flujo de las cosas con la extraña sensación de quien se siente en paz. Y ¿qué hacer entonces ante tanta injusticia presente en el mundo, tanta miseria y destrucción? ¿Debemos quedarnos parados y contemplar en silencio horrores y desastres que acompañan el devenir del ser humano en la Tierra? Nada, no saber nada, no pretender siquiera que tenemos respuestas para estas inquietantes preguntas. Si el flujo de la vida nos lleva a resistir, resistamos con la conciencia anclada en lo que está vivo en cada instante, mientras nos abrimos a un futuro que emerge sin contornos claros, sin el apego a un saber que siempre es incompleto. Si nos lleva a liderar, seamos buenos líderes, mostremos un camino que poder seguir sin la certeza de que sea el único camino, abiertos a la exploración compartida, a la diversidad de voces que nos acompañan. Si nos lleva a contemplar, hagámoslo con la suficiente compasión para no desdeñar a quienes resisten o lideran, a quienes se expresan en público o se quejan en silencio. También son hijos del silencio. Nada, no saber nada, quedarse sin referencias ni modelos, sin ideas fijadas en recuerdos pretéritos o en expectativas que tal vez no lleguen nunca, ¡qué maravilloso lugar para reencontrarse con el ser humano!