Hay días en los que, tras un sueño demasiado ligero, me levanto cansado, sin apenas fuerzas para enfocarme en lo que quiero hacer, o para reconocer la vida fluyendo dentro de mi. Otros, por el contrario, me levanto jovial, alegre, lleno de vitalidad y deseo de proyectar mi ser en el mundo. Hay días en que todo me irrita o me agrede, pasando fácilmente al ataque contra quien considero la causa de mi malestar, o quejándome abiertamente en un grito clamoroso sin destinatario definido. Hay días en que siento dolor en el cuerpo, días teñidos de gris y profunda melancolía, días de angustia por un futuro y presente inciertos. Otros, al contrario, soy amor en constante entrega, o me siento lleno de una paz de espíritu que colma mi ser. Hay días para todos los gustos y, a veces, todos los gustos se reúnen en un mismo día.
A pesar de una práctica consciente y constante para mantenerme en mi centro, tanta diversidad emocional no me resulta fácil de llevar, sobre todo, esos días grises, extraña mezcla de tristeza y desánimo, que se cuelan sigilosamente en el por lo demás placentero transcurrir de las cosas. Tampoco llevo siempre bien el encuentro con quien piensa diferente, con quien ve el mundo con otros ojos, desde una perspectiva que se me escapa, que no entiendo, y que, si me descuido, puedo tachar de arrogante, autoritaria o malévola. ¡Ojalá todos mis días tuvieran el color y el aroma de las rosas, la alegría de unas notas afrolatin o el calor de una hoguera en invierno! Mi primer pensamiento, mi sueño, este ojalá, de que pase algo, ahí, afuera, que me permita disfrutar de mi mismo tal como quiero ser. Mi segundo pensamiento, mi desgarro, nada puede pasar ahí afuera porque el problema está en mi, en mis limitaciones, mi incapacidad para vivir la vida como se merece, para aceptar lo diferente, lo que no comprendo. Afortunadamente, y según dicen los sabios, ambas ideas son falsas, o al menos poco efectivas para que algo cambie. ¡Lástima que a veces necesitemos toda una vida para darnos cuenta!
Una tercera idea surge entonces espiralando ideas más antiguas, y me dice que yo soy todo lo que soy, todos mis estados de ánimo, soy la tristeza y la alegría, soy el placer y el dolor, soy la paz y soy la rabia; también soy lo que somos, lo que co-creamos juntos, en pareja, en familia, en el trabajo, en el barrio, en la ciudad y en el mundo, y tu dolor es mi dolor, tu alegría es mi alegría, tu rabia es mi rabia; y cuando siento tristeza, es tu tristeza y la mía lo que expreso, y cuando me siento jovial, es tu dicha y la mía lo que expreso. Cuando discrepo contigo, son tus palabras y las mías las que contienen el mejor futuro posible para ambos. Soy lo que somos, con todo lo que ello implica, una enorme diversidad de sentimientos, pero también una aún mayor diversidad de ideas, de creencias, de formas de ver el mundo. Todo está en mi, todos los sentimientos, todos los deseos, todas las ideas, toda la humanidad, toda la vida, el universo entero está en mi o se expresa a través de mi... Ay! por ahora sólo es una idea, pero tan persistente que poco a poco va calando en el tejido de mi ser.
Una idea difícil de asumir, pues si ya me cuesta asumir la diversidad de mis estados de ánimo, ¿cómo voy a asumir además que la diversidad de ideas, de formas de ver el mundo, también está en mi? ¿Cómo podría asumir lo que no creo, lo que no me gusta, lo que no quiero ser? ¿Cómo asumir lo que hacen o dicen ciertas personas, grupos e instituciones sociales, dirigentes y gobernantes, cuando veo que sus palabras y acciones están tan lejos de mi? Y sin embargo, ¿puede ser de otra manera? ¿Acaso no es el universo uno y a la vez lleno de galaxias, estrellas y planetas. Una estrella, un planeta, no serían mucho por sí mismos. Su luz, su fuerza provienen de ser parte de dicho universo. Sí, son diferentes, todos los planetas de nuestro sistema solar son diferentes, alguno con hermosos anillos, otros con colores imposibles. Y con todo, más allá de cualquier diferencia aparente, todos ellos son el universo, o mejor dicho, el universo entero está en ellos. Desde ese instante primigenio en que no había separación, el universo entero se expresa a través de ellos. Una vez, hace millones de años, todos los planetas, todas las estrellas, todas las galaxias surgieron de un instante indiferenciado que contenía en sí todo el universo, y al hacerlo crearon el espacio y el tiempo, crearon la diversidad de estrellas y de planetas que hoy conocemos, dieron forma, todos juntos, al universo. Y entonces surgió la vida. En todas sus formas actuales, animales, plantas, hongos o bacterias, la vida es una, expresión y evolución de ese instante único en que la materia se auto-organiza en torno a una membrana robusta y flexible, capaz de robar un pedazo de espacio al entorno para crear un mundo interior. Desde entonces la vida ha adoptado multitud de formas, dando lugar a una gran diversidad de seres vivos, pero como vida es simplemente una, la vida.
¿Por qué los seres humanos habríamos de ser diferentes? ¿No es más lógico pensar que nuestra presencia contribuye a desarrollar la capacidad expresiva del universo y de la vida? En algún momento la capacidad auto-organizadora de la vida dio un salto cualitativo y generó el lenguaje y la conciencia a partir de una forma viva. Nuestras ideas actuales, por muy diferentes que nos parezcan, surgen todas de ese momento único, en el que vida, lenguaje y conciencia se entretejen de manera irreversible. Mi predilección por ciertas ideas o formas culturales no puede ocultar que ese momento único, primigenio, está en mi, implicado en los átomos de mi cuerpo cuando expreso el universo, implicado en las células de mi cuerpo cuando expreso la vida, implicado en las imágenes de mi mente cuando expreso el lenguaje y la conciencia. Soy universo, vida, pensamiento y conciencia, todo ello contraído en los pliegues de mi ser. Qué puedo decir a quien aparentemente se opone a mi —una montaña, un árbol, un animal, un ser humano—, más allá de reconocerlo como un igual, otro ser capaz de contraer mundos, vida, palabras... Qué puedo decirle más allá de respetarlo en su diferencia y agradecer su existencia, pues sólo a través de él soy más consciente de la grandeza del universo, de la vida, de la conciencia.
21 sept 2011
2 sept 2011
Neuronas espejo
Me resulta interesante observar cómo el reconocimiento inmediato del otro, algo que ya conocían bien los fenomenólogos —“Vivo en la expresión facial del otro, como lo siento a él vivir en la mía”, Merleau Ponty—, está ahora siendo confirmado por la neurociencia, que ha localizado en las neuronas espejo la facultad que nos permite vivir la experiencia del otro como si fuera nuestra propia experiencia, estableciendo así una base sólida para la ‘empatía’, pero también para la aparición del lenguaje y la intersubjetividad, la capacidad que tenemos los seres humanos para compartir significados. Y todo ello sin necesidad de que intervengan capacidades cognitivas superiores, como el pensamiento o la razón. Se trata más bien de un reconocimiento inmediato, a nivel inconsciente, basado en dos hechos tan sencillos como la capacidad imitativa del ser humano —esta es la principal función de las neuronas espejo: imitan las acciones y gestos de otras personas—, y algo que los neurocientíficos llaman la mente corporeizada, básicamente el reconocimiento de que la mente es inseparable del cuerpo, y que por tanto pensamientos, movimientos (acciones y gestos) y emociones están intrínsecamente ligados. De manera que a las neuronas espejo les basta con percibir la expresión física del otro para imitarla sin dificultad y reproducir en nuestro ser la experiencia interna del otro como si fuera nuestra. Lo sorprendente es que la ciencia haya tardado tanto en descubrir algo que, por otra parte, resulta obvio si, en lugar de partir de la creencia de que somos individuos autónomos y separados del resto de seres vivos, hubiera partido de otra idea, de largo recorrido en tradiciones indígenas y espirituales, que asume el carácter inseparable de la vida y la ilusión de toda individuación.
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