2 sept 2011
Neuronas espejo
Me resulta interesante observar cómo el reconocimiento inmediato del otro, algo que ya conocían bien los fenomenólogos —“Vivo en la expresión facial del otro, como lo siento a él vivir en la mía”, Merleau Ponty—, está ahora siendo confirmado por la neurociencia, que ha localizado en las neuronas espejo la facultad que nos permite vivir la experiencia del otro como si fuera nuestra propia experiencia, estableciendo así una base sólida para la ‘empatía’, pero también para la aparición del lenguaje y la intersubjetividad, la capacidad que tenemos los seres humanos para compartir significados. Y todo ello sin necesidad de que intervengan capacidades cognitivas superiores, como el pensamiento o la razón. Se trata más bien de un reconocimiento inmediato, a nivel inconsciente, basado en dos hechos tan sencillos como la capacidad imitativa del ser humano —esta es la principal función de las neuronas espejo: imitan las acciones y gestos de otras personas—, y algo que los neurocientíficos llaman la mente corporeizada, básicamente el reconocimiento de que la mente es inseparable del cuerpo, y que por tanto pensamientos, movimientos (acciones y gestos) y emociones están intrínsecamente ligados. De manera que a las neuronas espejo les basta con percibir la expresión física del otro para imitarla sin dificultad y reproducir en nuestro ser la experiencia interna del otro como si fuera nuestra. Lo sorprendente es que la ciencia haya tardado tanto en descubrir algo que, por otra parte, resulta obvio si, en lugar de partir de la creencia de que somos individuos autónomos y separados del resto de seres vivos, hubiera partido de otra idea, de largo recorrido en tradiciones indígenas y espirituales, que asume el carácter inseparable de la vida y la ilusión de toda individuación.
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