Siempre he tenido una gran fe en el ser humano. Con sus miserias, sus conflictos, o sus dificultades para vivir la vida desde la tolerancia y el respeto. Cuando me preguntan cómo podríamos crear proyectos y comunidades sostenibles, capaces de aprender del conflicto y no acabar destruidos por él, mi respuesta es sencilla: creemos espacios de participación que acojan todas las voces. Espacios en los que poder hablar y escuchar, desde la palabra honesta, desde el silencio y el respeto, desde la aceptación de quienes se muestran diferentes, aunque no nos guste lo que dicen, ni tampoco cómo lo dicen. Espacios acogedores y seguros en los que poder abrirnos, mostrar nuestros miedos y barreras, nuestra tristeza o rabia, tanto como nuestra alegría o determinación, nuestra claridad, comprensión y amor. Espacios en los que procesar nuestras diferencias y reconocernos en lo que somos en el espejo de los otros.
No conozco muchos grupos que hayan creado un espacio de participación como el descrito. No es fácil, porque ¿quién lo podría sostener? En cuanto el conflicto se extiende el grupo se polariza, dejando sin espacio a quienes prefieren mantenerse al margen. Y aunque algunas personas puedan conseguirlo, ni siquiera es suficiente para sostener un espacio así. Se necesitan personas que no toman partido y tampoco se mantienen al margen, sino que se sientan en el fuego del conflicto acogiendo amorosamente a quienes defienden una idea y a quienes defienden la contraria. No juzgan a nadie ni buscan convencernos de una verdad que no tienen, tampoco pretenden mediar entre partes enfrentadas ni tienen como objetivo la reconciliación y el perdón. Simplemente están, conscientemente presentes, en una escucha sin juicio, acompañando las personas y el proceso que están viviendo, abiertas a lo desconocido que pueda surgir en cualquier instante. Personas con la sabiduría y compasión del élder.
El élder es un rol en el campo grupal, un rol que puede aparecer puntualmente a través de una persona, pero que también puede permanecer invisible y, con todo, sostener desde el silencio ese espacio en el que el grupo se abre a las sombras y a lo desconocido. Para que aparezca en un grupo basta con creer en él, con darle espacio, con estar atentos a las señales que nos envía. Un grupo que se abre a la compasión del élder está plantando las semillas para un futuro amable y próspero. Cualquier persona puede traer el rol del élder siempre que sea capaz de conectar con él. No es fácil, pero tampoco es imposible. Y aunque no se conocen estudios que enseñen a ser élder, sabemos de algunos pasos que podemos dar: quememos nuestra leña, no nos dejemos atrapar por el dolor del pasado; sentémonos en el fuego del conflicto, una y otra vez, hasta que no nos queme; aprendamos a danzar con la vida, ella es nuestra maestra.
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