30 abr 2013
Un mundo sin propiedad
En un mundo ideal no existiría la propiedad privada, no más allá de ese espacio justo para gozar de intimidad, esconder nuestros miedos o expresar nuestra creatividad individual. No habría casas vacías ni tierras abandonadas, ni puertas, vallas o cerrojos legales para impedir el acceso. En un mundo ideal tener cobijo o un pedazo de tierra en el que cultivar alimentos estaría al alcance de todas las personas. Nadie debería morir por ello, nadie debería beneficiarse de ello. No parece que ese sea el destino inmediato del ser humano, a pesar de que cada vez somos más habitantes en el planeta y más urgente resulta compartir. Qué lástima que en los pocos lugares que existen sin propiedad privada, donde la tierra es de todos y está al alcance de todos, se necesite mano dura para mantener y proteger esta opción de la codicia de aquellos que esperan cualquier resquicio para apoderarse de lo que dicen es 'suyo'. Y qué lástima que nosotros mismos nos aferremos a nuestras propiedades como única garantía ante un futuro incierto, como si disponer de casas y tierras nos fuera a salvar de la muerte, cuando lo más probable es que, por no compartir, en muchos pueblos de nuestra geografía simplemente muramos en soledad.
1 abr 2013
Neurobiología interpersonal
No existe un acuerdo sobre qué es la mente, ni entre la comunidad científica ni entre la amplia comunidad de seres humanos que ha pensado, reflexionado o indagado sobre ello. Algunas cuestiones sobre su naturaleza, sin embargo, van encontrando poco a poco un consenso cada vez mayor. La mente no es, a decir de muchos, una cosa, algo que precise una substancia o soporte, sea éste material o espiritual. Sería más bien un proceso, o un conjunto de procesos, compuesta por verbos como sentir, percibir, emocionarse, pensar, razonar, esperar, desear, amar o experimentar compasión, incluyendo el tener conciencia de nosotros mismos, de nuestra existencia como seres vivos y de los propios procesos mentales que vivimos subjetivamente. El propio yo sería, de acuerdo con esta visión, uno más de estos procesos mentales, un simple verbo que se conjuga reflexivamente, finalmente una ilusión de la misma mente, como bien saben en Oriente desde hace siglos. El hecho de que nos veamos como un sujeto que mantiene su identidad a lo largo del tiempo no parece invalidar esta verdad. La mente es mucho mayor que nuestro pequeño yo e incluye procesos que escapan a la conciencia subjetiva, muchos de ellos con la capacidad de influenciar una y otra vez un yo tan inestable como inseguro.
Pero si el yo, nuestro pequeño yo, no es el sujeto de estas acciones, sino más bien su consecuencia, ¿quién se halla detrás de todos esos procesos que conforman la mente? ¿Quién es el sujeto de todos esos verbos, sentir, pensar, soñar o amar? En este punto el acuerdo se rompe y cada persona es libre de creer lo que quiera. En la tradición occidental, que prima lo igual sobre lo diferente, lo que permanece sobre lo que cambia, lo fijo sobre lo relacional, es habitual pensar que detrás de los procesos mentales que nos acompañan subjetivamente existe una substancia inmutable y permanente, un alma que contiene nuestro auténtico ser más allá de todo cambio o manifestación externa y contextual, una esencia individual que nos define como personas. Y esto es lo que creen muchas personas en el mundo, con ligeros cambios en cuanto a los atributos del alma y su relación con la eternidad. Sin embargo, desde otra perspectiva, más taoísta, más inclinada a percibir el mundo desde las relaciones y no desde lo que se relaciona, muchas personas, entre las que me incluyo, pesamos que detrás de los procesos mentales no hay sino más procesos, y para ser más claros y en plena concordancia con lo que afirma la neurobiología interpersonal, podríamos decir que detrás de los procesos mentales no hay sino procesos biológicos que involucran a nuestro cuerpo y, en última instancia, a la totalidad de la vida y, por otro lado, procesos sociales que incluyen nuestras relaciones con otras personas y con el mundo que nos rodea. Desde esta perspectiva, la mente no es sino el resultado emergente del flujo relacional en el que se halla inmerso nuestro cuerpo en tanto que ser vivo y ser social. Lo singular de cada persona no estaría por tanto en el alma, totalmente prescindible, sino en su historia, en el relato único e irrepetible de vivencias que nos hacen tanto como nos condicionan, vivencias que incluyen el legado de nuestro linaje y de nuestra ancestralidad como seres humanos.
En cualquier caso, e independientemente de que el alma exista o no, la idea de que la mente no se reduce al cerebro, o que los procesos mentales no son la consecuencia de procesos exclusivamente neurológicos, está ganando cada vez más adeptos. Empezamos a saber que, de alguna manera, todo nuestro cuerpo está involucrado en estos procesos, influyendo claramente en cómo sentimos, pensamos, recordamos el pasado o planeamos para el futuro. Lo interesante de la neurobiología interpersonal, una propuesta ya no tan mayoritaria, es que además de poner la mente en el cuerpo (mente corporeizada), afirma igualmente que la mente se halla también en nuestras relaciones con otras personas y con el entorno y que, en este sentido, los procesos mentales que experimentamos subjetivamente dependen en gran medida del contexto social y natural en el que estamos inmersos y de la manera en que nos relacionamos. Y en consecuencia, la calidad de nuestras emociones, estados de ánimo, pensamientos, deseos o expectativas estaría totalmente relacionada con la calidad de nuestras relaciones, de manera que cuanto más armoniosas, integradoras, o satisfactorias sean éstas, más armoniosas, alegres y plenas serían nuestras emociones, nuestras experiencias mentales y, en última instancia, nuestras experiencias vitales, pues al estar la mente en estrecha relación con el cuerpo, cabe añadir que a toda experiencia mental plena y satisfactoria correspondería una experiencia corporal igualmente plena y satisfactoria.
Podemos pues trabajar nuestras relaciones, especialmente a través de una comunicación empática e integradora, para sentirnos mejor, disfrutar más de la vida y mejorar la vitalidad de nuestro cuerpo, tanto como podemos trabajar en nuestro cuerpo y desde la conciencia para mejorar nuestras relaciones, a través de prácticas como el yoga, la meditación o la introspección, orientadas a desarrollar intencionalmente nuestra capacidad de estar en el mundo con plena conciencia, presencia y apertura a lo que es.
Si quieres saber más sobre los fundamentos científicos de esta teoría: http://drdansiegel.com/about/interpersonal_neurobiology/
Pero si el yo, nuestro pequeño yo, no es el sujeto de estas acciones, sino más bien su consecuencia, ¿quién se halla detrás de todos esos procesos que conforman la mente? ¿Quién es el sujeto de todos esos verbos, sentir, pensar, soñar o amar? En este punto el acuerdo se rompe y cada persona es libre de creer lo que quiera. En la tradición occidental, que prima lo igual sobre lo diferente, lo que permanece sobre lo que cambia, lo fijo sobre lo relacional, es habitual pensar que detrás de los procesos mentales que nos acompañan subjetivamente existe una substancia inmutable y permanente, un alma que contiene nuestro auténtico ser más allá de todo cambio o manifestación externa y contextual, una esencia individual que nos define como personas. Y esto es lo que creen muchas personas en el mundo, con ligeros cambios en cuanto a los atributos del alma y su relación con la eternidad. Sin embargo, desde otra perspectiva, más taoísta, más inclinada a percibir el mundo desde las relaciones y no desde lo que se relaciona, muchas personas, entre las que me incluyo, pesamos que detrás de los procesos mentales no hay sino más procesos, y para ser más claros y en plena concordancia con lo que afirma la neurobiología interpersonal, podríamos decir que detrás de los procesos mentales no hay sino procesos biológicos que involucran a nuestro cuerpo y, en última instancia, a la totalidad de la vida y, por otro lado, procesos sociales que incluyen nuestras relaciones con otras personas y con el mundo que nos rodea. Desde esta perspectiva, la mente no es sino el resultado emergente del flujo relacional en el que se halla inmerso nuestro cuerpo en tanto que ser vivo y ser social. Lo singular de cada persona no estaría por tanto en el alma, totalmente prescindible, sino en su historia, en el relato único e irrepetible de vivencias que nos hacen tanto como nos condicionan, vivencias que incluyen el legado de nuestro linaje y de nuestra ancestralidad como seres humanos.
En cualquier caso, e independientemente de que el alma exista o no, la idea de que la mente no se reduce al cerebro, o que los procesos mentales no son la consecuencia de procesos exclusivamente neurológicos, está ganando cada vez más adeptos. Empezamos a saber que, de alguna manera, todo nuestro cuerpo está involucrado en estos procesos, influyendo claramente en cómo sentimos, pensamos, recordamos el pasado o planeamos para el futuro. Lo interesante de la neurobiología interpersonal, una propuesta ya no tan mayoritaria, es que además de poner la mente en el cuerpo (mente corporeizada), afirma igualmente que la mente se halla también en nuestras relaciones con otras personas y con el entorno y que, en este sentido, los procesos mentales que experimentamos subjetivamente dependen en gran medida del contexto social y natural en el que estamos inmersos y de la manera en que nos relacionamos. Y en consecuencia, la calidad de nuestras emociones, estados de ánimo, pensamientos, deseos o expectativas estaría totalmente relacionada con la calidad de nuestras relaciones, de manera que cuanto más armoniosas, integradoras, o satisfactorias sean éstas, más armoniosas, alegres y plenas serían nuestras emociones, nuestras experiencias mentales y, en última instancia, nuestras experiencias vitales, pues al estar la mente en estrecha relación con el cuerpo, cabe añadir que a toda experiencia mental plena y satisfactoria correspondería una experiencia corporal igualmente plena y satisfactoria.
Podemos pues trabajar nuestras relaciones, especialmente a través de una comunicación empática e integradora, para sentirnos mejor, disfrutar más de la vida y mejorar la vitalidad de nuestro cuerpo, tanto como podemos trabajar en nuestro cuerpo y desde la conciencia para mejorar nuestras relaciones, a través de prácticas como el yoga, la meditación o la introspección, orientadas a desarrollar intencionalmente nuestra capacidad de estar en el mundo con plena conciencia, presencia y apertura a lo que es.
Si quieres saber más sobre los fundamentos científicos de esta teoría: http://drdansiegel.com/about/interpersonal_neurobiology/
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