30 abr 2013
Un mundo sin propiedad
En un mundo ideal no existiría la propiedad privada, no más allá de ese espacio justo para gozar de intimidad, esconder nuestros miedos o expresar nuestra creatividad individual. No habría casas vacías ni tierras abandonadas, ni puertas, vallas o cerrojos legales para impedir el acceso. En un mundo ideal tener cobijo o un pedazo de tierra en el que cultivar alimentos estaría al alcance de todas las personas. Nadie debería morir por ello, nadie debería beneficiarse de ello. No parece que ese sea el destino inmediato del ser humano, a pesar de que cada vez somos más habitantes en el planeta y más urgente resulta compartir. Qué lástima que en los pocos lugares que existen sin propiedad privada, donde la tierra es de todos y está al alcance de todos, se necesite mano dura para mantener y proteger esta opción de la codicia de aquellos que esperan cualquier resquicio para apoderarse de lo que dicen es 'suyo'. Y qué lástima que nosotros mismos nos aferremos a nuestras propiedades como única garantía ante un futuro incierto, como si disponer de casas y tierras nos fuera a salvar de la muerte, cuando lo más probable es que, por no compartir, en muchos pueblos de nuestra geografía simplemente muramos en soledad.
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