Cómo saber cuál es nuestro propósito en la vida, cuál es nuestra misión, a qué dedicar nuestro tiempo y esfuerzo. No es fácil y los mitos que toda cultura crea lo hacen todavía más difícil. Cuando vivo la vida como un regalo, no se me ocurre nada mejor que regalarla a su vez, entregarme totalmente a los demás, entregarme a la vida y lo que me ofrece en cada momento. En esos instantes pienso que, puesto que venimos al mundo sin nada y nos vamos sin nada, ¿acaso no sería mejor vivir en esa nada desde el principio hasta el final? Desafortunadamente, la cultura dominante nos invade con imágenes y creencias que nos alejan de una entrega total. Vivimos asentados en el miedo, atados a trabajos delirantes simplemente por miedo a quedarnos sin nada, atemorizados por una posible escasez siempre al acecho. No hay para todos, nos dicen y nos creemos, procurémonos cuanto antes lo que necesitamos y no nos preocupemos de los demás, ellos harán lo mismo. Las luchas de poder, las guerras y conflictos, la acumulación y la miseria, son simples consecuencias de esta máxima. Toda la estructura social de Occidente está recorrida por esta poderosa idea, es necesario acumular, ganar mucho dinero de la forma más rápida posible, sólo así tendremos seguridad, y viviremos felices. Ante una imagen tan poderosa, que atraviesa inexorable las profundidades de nuestro ser, ¿cómo saber cuál es nuestro propósito?, ¿cómo sustraernos a una idea que nos pide con fuerza un trabajo bien remunerado, lo único que nos puede traer seguridad y paz? A mi no me resulta fácil escapar a esta idea, pero si sé que es imprescindible retomar cuanto antes la senda de la abundancia, pues soy consciente de que todo lo importante, todo lo que sustenta la vida, es abundante: aire, agua, alimentos, y sobre todo, nuestra capacidad de amar y ser amados, de colaborar y apoyarnos unos a otros. Cuando ya no aspiro a nada y soy capaz de reconocer que lo tengo todo, mi hacer se convierte en entrega, mi vivir en dicha de existir. Claro que, no siempre estoy ahí.