Llevo años aprendiendo, tratando de arrancarme inútiles corazas levantadas para protegerme, restableciendo puentes con la vida, atreviéndome a ser feliz. Supe hace tiempo de la violencia que entraña una comunicación falta de empatía y respeto por el otro, del dolor que genera el mal uso de un poder que no me es extraño, de lo fácil que resulta caer en estrategias victimistas que apelan a una falsa inocencia y a una sempiterna responsabilidad ajena. Entré lentamente en espacios de meditación en los que vaciar la mente y abrirme a una nueva conciencia, me esforcé en recuperar el niño interior y su capacidad de asombro, en reconectar con una naturaleza durante mucho tiempo abandonada. Reconocí como falsas muchas creencias culturales, sobre la igualdad, la libertad, la identidad individual, y contribuí a desvelar los mitos que justifican y sostienen la opresión en todos sus niveles, me di cuenta de las trampas inherentes a todo ‘ismo’. Redescubrí una comunidad posible y por hacer, una comunidad de individuos conscientes y expresivos, de personas creativas, confiadas, participantes, una comunidad en la que cada cual pueda alcanzar su potencial, llegar a ser todo lo que sea capaz de ser, una comunidad basada en el cuidado, la creatividad y la entrega, una comunidad de élderes.
Llevo años aprendiendo y sé que me queda mucho por aprender, y también que hay mucho trabajo por hacer. Tal vez el más difícil, el más peligroso para un ser todavía frágil e inseguro: salir de la complacencia, abandonar la guarida en la que fácilmente me reconozco como uno más de los nuestros, de los buenos, los que tienen las respuestas, los que saben cómo podría ser un mundo más justo y solidario, los que se ven en la vanguardia de una revolución social, política, de conciencia, y lanzarme al vacío de la indiferencia de la gente, de una cotidianidad que se muestra terca en hábitos y costumbres, de una soledad que acecha en cada desencuentro. Yo estoy por recorrer el camino, por adentrarme en los peligrosos lugares del desatino, por aprender la lengua de quien me rechaza, y ojalá que entonces, desde el miedo de quien se siente desprotegido y solo, sea capaz de decir ‘te quiero’.