Con el tiempo, igualdad y diferencia se han ido relevando dos conceptos clave en mi vida, mostrándose claramente en su equivocidad a la par que iba comprendiendo poco a poco su significado. Hoy sé que las cosas pueden ser iguales y diferentes sin entrar por ello en contradicción. Y que muchos de los conflictos que tenemos las personas tienen que ver con la presencia de una diferencia vivida como amenaza junto con una incapacidad para reconocer la igualdad esencial que la sostiene. Comprendí que la diferencia no se nos presenta inmediatamente, sino que es algo que los seres humanos captamos poco a poco. Necesitamos hacernos sensibles a la diferencia para poder sentirla y eso sólo se consigue exponiéndonos a ella una y otra vez, amplificando los gestos y señales hasta alcanzar un umbral en el que la diferencia se hace visible. Por eso, la diferencia que duele es aquella que tenemos cerca, aquella de la que no podemos escapar fácilmente. La otra la llamamos exotismo, algo por lo que tenemos curiosidad. Más tarde, a veces mucho más tarde, la diferencia se hace concepto, se nombra, entra a formar parte de los relatos que sostienen un grupo, una cultura. A veces para acogerla, pero en general para marginarla. Y todo porque la diferencia nos interpela en lo más profundo de nuestro ser, cuestiona nuestra identidad y nos obliga a abandonar nuestra zona de confort, a reconsiderar nuestras creencias, a revisar nuestras acciones. Resulta sin duda más fácil negarla, marginarla o incluso eliminarla.
Afortunadamente los seres humanos también podemos seguir un proceso contrario. Podemos penetrar en la diferencia y llegar a la esencia de la que emerge. Podemos desprendernos intencionadamente de aquellos patrones culturales que nos llevan a vivir la diferencia como amenaza y empezar a sentir como uno y el mismo el flujo de energía y materia que nos atraviesa y que da forma a todo lo que existe. Podemos suspender por un momento una verdad que nos aleja de la gente y dejar espacio en nuestro ser para acoger lo diferente como manifestación de una verdad mayor por llegar. Si la sensibilidad es la puerta a la diferencia, la intención consciente es el principio de la unidad que sostiene y posibilita toda diversidad. Con voluntad los seres humanos podemos abrir nuestra mente y nuestro corazón hasta acoger con respeto y cuidado toda diferencia, y vivir la vida desde un lugar que nos permita reconocernos en todo lo que es, un lugar que no excluye a nada ni nadie, un lugar que reconoce el valor de ser humano, el valor de la vida, el valor de todo lo que existe. Ese ha de ser nuestro próximo paso.
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