Crear grupos y proyectos sólidos, en los que la eficiencia se conjugue con un absoluto cuidado por los procesos y por las personas, no es algo evidente, ni algo que se pueda hacer sin una necesaria preparación. Crear comunidad es un arte que requiere conocer ciertas técnicas y adquirir algunas habilidades. Si en un artículo anterior* hablaba de la Tabla de Elementos Esenciales para crear comunidad, dividida en cuatro cuadrantes (Intención, Comportamiento, Cultura y Estructuras) con sus correspondientes requisitos, aquí me quiero centrar en el tema de las estructuras necesarias que todo grupo debe crear para una buena organización y funcionamiento.
Al crear estas estructuras, y hacerlas visibles para todos, el grupo profundiza en su práctica democrática y previene la aparición de insidiosas estructuras invisibles de opresión que favorecen a ciertas personas en detrimento de otras. Su importancia es tal que deberíamos plantearnos seriamente otorgarles un valor sagrado. Al menos en el sentido de ser espacios que escapan a las relaciones cotidianas y se rigen por un espíritu de servicio hacia un bien superior. De ahí la necesidad de establecer algún ritual para su inicio y cierre que nos recuerde que estamos entrando en un espacio colectivo y que podemos dejar los egos fuera.
A lo largo de varios años como facilitador de grupos he identificado cuatro grandes espacios que deberían estar presente en todo grupo que aspire a convertirse en una auténtica comunidad: 1. la Asamblea, o espacio para la toma de decisiones; 2. el Foro, o espacio para la gestión de emociones; 3. el Taller, o espacio para la indagación colectiva, creativa y artística; y 4. el Círculo, o espacio de celebración y reconocimiento de los éxitos colectivos, espacio que se expresa en el silencio de una meditación compartida, en el canto y el baile de una danza de paz, en el ritual con el que acogemos la luna llena, en el banquete con el que festejamos una fecha importante, o en la alegría de una fiesta o de un acto lúdico. Si en la asamblea prima la mente y la razón, como principal facultad humana para el análisis y el juicio, en el foro prima el corazón, la expresión emocional y el descubrimiento de las fuerzas que actúan a través de nuestros actos inconscientes; mientras que en el taller damos paso a la sabiduría del cuerpo y de la palabra que emerge desde el profundo interior del grupo; y en el círculo compartimos desde la unidad que subyace toda palabra, todo gesto.
Todos estos espacios o estructuras son necesarias para la completa expresión grupal y, por tanto, para facilitar que un grupo alcance sus objetivos. En una cultura como la nuestra, que favorece el discurso racional sobre otras formas de expresión, sólo la asamblea ha alcanzado el reconocimiento necesario que le permite estar presente en todos los grupos y proyectos como espacio para la toma de decisiones. Los otros espacios apenas existen o lo hacen de una manera desvirtuada y ajena a su verdadero propósito (como ocurre con el espacio de celebración, cuando recurrimos a cualquiera de las muchas drogas en venta para ponernos a tono — en lugar de fomentar el sentimiento de unidad e interconexión propios de este espacio, las drogas así tomadas nos llevan a un estado de solipsismo y separación). De esta manera nuestra cultura privilegia una forma de ser, la de la persona hábil en el uso de la palabra y el discurso convincente, en detrimento de otras personas y formas expresivas igualmente valiosas y necesarias. Sin embargo, un grupo que no deja espacio para la expresión emocional está condenado a dejarse arrastrar por fuerzas que ninguna razón individual puede comprender ni detener, generando insatisfacción y probables abusos de poder. Igualmente, un grupo que no deja espacio a la creatividad y la expresión artística por considerarlas una niñería o una pérdida de tiempo, bloquea de esta manera el acceso a una información y conocimiento que sólo pueden surgir más allá de los estrechos límites en los que se mueve el discurso racional. Por último, un grupo que no celebra sus logros y su propia existencia como grupo, y que no reconoce las muchas maneras en que sus miembros contribuyen al bienestar y objetivos grupales, está condenado a la tristeza y a la perdida de cohesión grupal.
Priorizar la asamblea decisoria como único espacio de reunión y de expresión grupal supone automáticamente la marginación de aquellas personas que pueden hacer una gran contribución al grupo, aunque no sea a través de la palabra y el discurso bien articulado. Supone la marginación y exclusión de personas con un gran corazón y capacidad compasiva que podrían actuar como verdaderos élderes en caso de tensión y conflicto. Supone la marginación y exclusión de personas muy creativas, tal vez con ideas locas y para muchos incomprensibles, pero que pueden aportar un granito de verdad que abra puertas en momentos de ofuscación y de falta de caminos. Supone finalmente la marginación y exclusión de personas alegres, divertidas, o tal vez silenciosas e introvertidas, que pueden poner un punto de humor, de diversión, de alegría en nuestras vidas, o tal vez de silencio, de conexión con lo que existe, con la naturaleza y con el ser profundo de las cosas, y traer paz y ecuanimidad cuando el grupo más lo necesita.
En la actualidad conocemos bien los límites de la razón a la hora de tomar decisiones personales. Afortunadamente mecanismos intuitivo-emocionales que actúan tras el telón de la mente racional nos ayudan a tomar decisiones que la simple razón jamás podría encontrar. Es hora de traspasar este conocimiento a los grupos y proyectos en los que estamos inmersos. En un mundo que se revela cada vez más complejo y lleno de incertidumbre, la capacidad de la razón humana para dar respuesta a los múltiples desafíos que debemos enfrentar es bastante reducida, además de verse negativamente afectada por un campo grupal recorrido por emociones tristes, por fuerzas violentas llenas de frustración y rabia. Si no se presta atención al campo emocional de un grupo, si no utilizamos el foro para ganar conciencia de las fuerzas que nos atraviesan, de los bloqueos que nos impiden avanzar, de nada sirve una asamblea. Nunca será la mejor decisión posible. E incluso, con una buena gestión emocional, el destino del grupo se revelará incierto en muchas ocasiones. Y de nuevo será necesario expandir los límites de la razón, ahora a través de la creatividad, el arte o el juego. Por eso el taller, o espacio de indagación colectiva, resulta un apoyo imprescindible en la toma de decisiones. Permite dar cabida a más voces, especialmente las de aquellas personas que no se terminan de llevar bien con el discurso coherente de la razón, pero que son capaces de ‘ver’ más allá, de conectar con ideas que rompen el marco de razonamiento existente y dan lugar a nuevos caminos o soluciones, aunque a veces estas ideas se expresen a través de una palabra entrecortada que surge directamente del corazón, o de la mano de un pincel que parece tener vida propia. Por último, en el círculo de celebración, en el silencio de la mañana, en el canto y la danza del atardecer, en el ritual del crepúsculo o en la fiesta nocturna, el grupo se reconoce como tal, se capta en su esencia y en su totalidad, y desde ahí una información tan sutil como necesaria se posa suavemente en cada uno de sus miembros.
Cuando en la asamblea siguiente, alguien diga tengo una idea, que sepa que probablemente esa idea se gestó en un círculo de celebración, vio la luz en un taller de descubrimiento, y limpió su carga negativa en un foro de gestión emocional.
* ver Elementos esenciales en este blog
28 feb 2012
18 feb 2012
Elementos esenciales para crear comunidad
Crear comunidad no es fácil. Es un proceso que puede durar días o años. Algunos grupos no lo consiguen nunca, incapaces de superar una larga fase de conflicto. Otros oscilan entre periodos estables y efectivos, junto a periodos de crisis, conflictos y cambios. Y es que mantenerse todo el tiempo como un grupo cohesionado, efectivo y armónico, tampoco es fácil, pues toda comunidad es una realidad dinámica viva, que se reestructura permanentemente y requiere una cierta capacidad para adaptarse a los cambios.
Conocer los pasos para crear comunidad favorece sin duda el proceso, pues nos permite ser más conscientes de qué manera nuestras acciones influyen en él, o evaluar hasta qué punto estamos creando las estructuras organizativas adecuadas. Con todo, el simple conocimiento teórico no basta. Es necesario integrar estas ideas en nuestra forma de ser y estar dispuestos a entrar en un proceso de transformación personal que debe acompañar todo proceso de cambio colectivo.
Toda comunidad tiene un aglutinante, un pegamento que le da cohesión interna, y que en la mayoría de los casos se traduce en una visión común simple, clara y auténtica. Articular y poner por escrito esta visión común es una de las primeras tareas que todo grupo debe hacer en el proceso de crear comunidad. Una vez que la intención común y los valores colectivos han sido definidos y aceptados por todos, hemos creado un suelo saludable para el crecimiento del grupo. Este es el primer paso.
Respeto, cuidado, apoyo mutuo... son cualidades que ayudan a consolidar un grupo si conseguimos que estén presentes en nuestras relaciones. En una atmósfera de confianza, los procesos grupales fluyen con facilidad, e incluso resultan divertidos. Pero la confianza necesita ser cultivada. La confianza crece en presencia de una comunicación profunda y de corazón. Y crece igualmente cuando conseguimos que las cosas funcionen bien porque como grupo nos organizamos bien y disponemos de las estructuras apropiadas.
Desde aquí, desde el suelo fértil en el que comenzamos, crear comunidad es un proceso que involucra diferentes capas de acción que van en paralelo. Para crear las estructuras, los procedimientos y los acuerdos que nos permitan funcionar bien como grupo y conseguir nuestros objetivos, necesitamos desarrollar habilidades en los niveles personal, interpersonal y colectivo. La tabla 1, basada en la Teoría Integral de Ken Wilber, muestra tanto las estructuras y acuerdos que todo grupo necesita (cuadrante inferior derecha), como las habilidades personales (cuadrante superior izquierda), interpersonales (cuadrante superior derecha) y colectivas (cuadrante inferior izquierda), que hemos de considerar y desarrollar para construir una comunidad sostenible.
Quizá lo más destacado del primer cuadrante (Intención) sea la necesidad de abandonar la actitud victimista en la que tan fácilmente nos instalamos, fácilmente visible en la queja continua de lo que no nos gusta, sin asumir nuestra responsabilidad en que las cosas sean como son. Son siempre los otros los ‘culpables’ de nuestros males, y si no son personas reales, son entonces personajes o entidades ocultas con un poder casi mágico contra el que nada podemos hacer. Esta actitud victimista se basa en el miedo y la sensación de que no tenemos poder. En su lugar, una actitud creativa ante la vida pasa por asumir la responsabilidad de lo que vivimos, conectando con nuestro poder, individual y colectivo, para cambiar aquello que no nos gusta, o al menos para llegar acuerdos satisfactorios con quienes ven el mundo de otra manera.
En el segundo cuadrante (Comportamiento) destaca la idea de una nueva forma de comunicación que tiene como principales elementos la asertividad —la afirmación de lo que queremos, sin caer en la agresión o la inhibición—, la escucha activa y la empatía —la creación de un espacio de acogida para la expresión del otro, y la compasión.
En el cuadrante de Sistemas, destacan 4 grandes estructuras o espacios colectivos que todo grupo debería poner en marcha: 1. La toma de decisiones; 2. La gestión emocional; 3. El espacio de creación colectiva; y 4. El espacio de celebración. Según esto, un grupo no sólo se debería reunir para tomar decisiones. Se debería reunir también para explorar cómo se halla a nivel emocional, para llevar a cabo actividades de trabajo compartido o de expresión artística colectiva, y para compartir momentos de éxito, de alegría, de pesar o de silencio compartido.
Por último, en el cuadrante Cultura es importante aprender a valorar la diversidad de roles presentes en todo grupo y darles el espacio que necesitan. Es particularmente importante reconocer y apreciar el rol del líder, pues sin su capacidad para presentar y sostener iniciativas, el grupo no podría alcanzar sus objetivos; a la par que se reconoce y valora el rol del seguidor por su dedicación y entrega, e incluso el del crítico u opositor, por su esfuerzo en hacernos ver lo que nos cuesta ver. Igualmente importante es el rol del élder, por su capacidad para acoger y traer a la conciencia del grupo las diversas voces, tanto las de quienes tienen poder, como las de quienes no lo tienen y tienden a ser marginados. Su sola presencia invita al grupo a reflexionar sobre cómo se distribuye el poder en el grupo y cómo se está utilizando, permitiéndonos ganar conciencia de los abusos que cometemos desde el poder, así como del daño que también podemos hacer desde la venganza y el terrorismo que practicamos cuando nos sentimos víctimas.
Conocer los pasos para crear comunidad favorece sin duda el proceso, pues nos permite ser más conscientes de qué manera nuestras acciones influyen en él, o evaluar hasta qué punto estamos creando las estructuras organizativas adecuadas. Con todo, el simple conocimiento teórico no basta. Es necesario integrar estas ideas en nuestra forma de ser y estar dispuestos a entrar en un proceso de transformación personal que debe acompañar todo proceso de cambio colectivo.
Toda comunidad tiene un aglutinante, un pegamento que le da cohesión interna, y que en la mayoría de los casos se traduce en una visión común simple, clara y auténtica. Articular y poner por escrito esta visión común es una de las primeras tareas que todo grupo debe hacer en el proceso de crear comunidad. Una vez que la intención común y los valores colectivos han sido definidos y aceptados por todos, hemos creado un suelo saludable para el crecimiento del grupo. Este es el primer paso.
Respeto, cuidado, apoyo mutuo... son cualidades que ayudan a consolidar un grupo si conseguimos que estén presentes en nuestras relaciones. En una atmósfera de confianza, los procesos grupales fluyen con facilidad, e incluso resultan divertidos. Pero la confianza necesita ser cultivada. La confianza crece en presencia de una comunicación profunda y de corazón. Y crece igualmente cuando conseguimos que las cosas funcionen bien porque como grupo nos organizamos bien y disponemos de las estructuras apropiadas.
Desde aquí, desde el suelo fértil en el que comenzamos, crear comunidad es un proceso que involucra diferentes capas de acción que van en paralelo. Para crear las estructuras, los procedimientos y los acuerdos que nos permitan funcionar bien como grupo y conseguir nuestros objetivos, necesitamos desarrollar habilidades en los niveles personal, interpersonal y colectivo. La tabla 1, basada en la Teoría Integral de Ken Wilber, muestra tanto las estructuras y acuerdos que todo grupo necesita (cuadrante inferior derecha), como las habilidades personales (cuadrante superior izquierda), interpersonales (cuadrante superior derecha) y colectivas (cuadrante inferior izquierda), que hemos de considerar y desarrollar para construir una comunidad sostenible.
Quizá lo más destacado del primer cuadrante (Intención) sea la necesidad de abandonar la actitud victimista en la que tan fácilmente nos instalamos, fácilmente visible en la queja continua de lo que no nos gusta, sin asumir nuestra responsabilidad en que las cosas sean como son. Son siempre los otros los ‘culpables’ de nuestros males, y si no son personas reales, son entonces personajes o entidades ocultas con un poder casi mágico contra el que nada podemos hacer. Esta actitud victimista se basa en el miedo y la sensación de que no tenemos poder. En su lugar, una actitud creativa ante la vida pasa por asumir la responsabilidad de lo que vivimos, conectando con nuestro poder, individual y colectivo, para cambiar aquello que no nos gusta, o al menos para llegar acuerdos satisfactorios con quienes ven el mundo de otra manera.
En el segundo cuadrante (Comportamiento) destaca la idea de una nueva forma de comunicación que tiene como principales elementos la asertividad —la afirmación de lo que queremos, sin caer en la agresión o la inhibición—, la escucha activa y la empatía —la creación de un espacio de acogida para la expresión del otro, y la compasión.
En el cuadrante de Sistemas, destacan 4 grandes estructuras o espacios colectivos que todo grupo debería poner en marcha: 1. La toma de decisiones; 2. La gestión emocional; 3. El espacio de creación colectiva; y 4. El espacio de celebración. Según esto, un grupo no sólo se debería reunir para tomar decisiones. Se debería reunir también para explorar cómo se halla a nivel emocional, para llevar a cabo actividades de trabajo compartido o de expresión artística colectiva, y para compartir momentos de éxito, de alegría, de pesar o de silencio compartido.
Por último, en el cuadrante Cultura es importante aprender a valorar la diversidad de roles presentes en todo grupo y darles el espacio que necesitan. Es particularmente importante reconocer y apreciar el rol del líder, pues sin su capacidad para presentar y sostener iniciativas, el grupo no podría alcanzar sus objetivos; a la par que se reconoce y valora el rol del seguidor por su dedicación y entrega, e incluso el del crítico u opositor, por su esfuerzo en hacernos ver lo que nos cuesta ver. Igualmente importante es el rol del élder, por su capacidad para acoger y traer a la conciencia del grupo las diversas voces, tanto las de quienes tienen poder, como las de quienes no lo tienen y tienden a ser marginados. Su sola presencia invita al grupo a reflexionar sobre cómo se distribuye el poder en el grupo y cómo se está utilizando, permitiéndonos ganar conciencia de los abusos que cometemos desde el poder, así como del daño que también podemos hacer desde la venganza y el terrorismo que practicamos cuando nos sentimos víctimas.
Sabiduría natural
Durante mucho tiempo pensé, ingenuo, que la inteligencia era un asunto humano, que plantas y animales sólo respondían a impulsos e instintos naturales alejados de la sutilidad y profundidad de nuestro pensamiento, esa maravillosa facultad humana para combinar símbolos e ideas, sobre la que se asienta la política, la ética, la ciencia y la cultura. Aprendí después que algunos animales podrían disponer de una conciencia suficientemente avanzada como para comprender y manipular símbolos y, por tanto, con la capacidad, de alguna manera, de pensar. Con todo, lo más importante ha sido descubrir que la inteligencia no es exactamente una cualidad individual, sino una propiedad de ciertos procesos, no sólo mentales también naturales. Y aunque la mente humana en su conjunto ha sido capaz de producir grandes obras científicas o artísticas, no hay que olvidar que algunos procesos naturales, como la fotosíntesis, la respiración o la visión, revelan una inteligencia sin igual inalcanzable por el momento al ser humano. A no ser que abandonemos la perspectiva ingenua de la inteligencia como capacidad individual para el razonamiento lógico-deductivo y empecemos a fijarnos en los muchos y exitosos procesos naturales, no tanto para imitarlos sino para aprehender su esencia y sabiduría.
El ser que nos habita
Es posible que cuando te hable no me comprendas, y cuando tú me hables yo no te comprenda. Aun cuando utilicemos el mismo idioma. Comprendernos cuando hablamos es entrar en un universo compartido de significados que aluden a experiencias únicas y con todo necesariamente similares. No siempre existen esos referentes comunes, esos lugares que visitamos por separado a lo largo de nuestra vida y que nos hacen sentir, experimentar, vivir algo que compartimos todos los seres humanos. Podemos hablar del amor, del poder, de la solidaridad... y estar convencidos de que hablamos de lo mismo, y tal vez así sea muchas veces, especialmente cuando hay sintonía, pero otras, en contextos más difusos, cuando entran en juego otras muchas ideas que hemos ido adquiriendo mientras crecemos —algunas las apreciamos tanto que las llamamos ‘valores’—, es muy posible que no hablemos de lo mismo y que al cabo de un rato de profunda incomunicación mostremos incluso nuestra insatisfacción, tal vez nuestra rabia, por no poder penetrar la densa barrera del otro. Entonces ya no hablamos, simplemente discutimos. Las palabras son el gran regalo de Prometeo a la humanidad y con ellas hemos concebido las cosas más sublimes. Cuando las utilizamos desde nuestra incomprensión para vencer a quien tampoco nos comprende, sólo son un arma arrojadiza, un instrumento de poder, a veces un vehículo para el insulto y la descalificación del otro.
Claro que tú y yo hemos comunicado muchas veces sin necesidad de utilizar palabras. En alguna ocasión nos hemos mirado a los ojos, dejando caer una lágrima mientras nos alejábamos en direcciones contrarias. En otro momento bailamos juntos, sintiendo el calor de nuestros cuerpos cercanos. Incluso hicimos el amor explorando juntos territorios de perfil cambiante, mientras nos sentíamos profundamente comprendidos. Un día te he visto reír, saltar y jugar como un niño pequeño, llenando el espacio con tu explosión de alegría. Otro he visto la ira reflejada en tu rostro, la mueca de rabia, angustia, impotencia o amenaza que reemplaza toda palabra cuando el miedo aflora ante lo extraño o lo diferente. Junto con las palabras, el cuerpo es mi mejor recurso expresivo. De hecho, casi todo lo que te digo cuando te hablo, te lo digo con el cuerpo. La palabra hablada, sin las posibilidades expresivas del cuerpo —tono, modulación, intensidad de la voz, gestos con la cara o con las manos, postura, posición, etc.— apenas produce una cantinela insulsa incapaz de dejar huella. Juntos, podemos estar hablando o en silencio, mirarnos a los ojos o darnos la espalda, pero en tanto que seres vivos y expresivos, siempre estamos comunicando.
No siempre estamos juntos, al menos no en el mismo espacio físico. Pero seguimos conectados. Yo te guardo en mi memoria. Seguramente tú también te acordarás de mi. Yo no me olvido de las veces que te has burlado de mi, no me olvido de tus desprecios constantes, no me olvido de tus abusos, tus maneras prepotentes, tu intransigencia, tus gritos... Algunas cosas las tengo tan grabadas que no sólo son recuerdos tuyos que guardo en mi mente, están también en mi cuerpo, me producen escalofríos en la piel o temblores en las manos, me revuelven el estómago o agitan violentamente el latir de mi corazón. También guardo sensaciones dulces que me invitan a una sonrisa, aunque ahora no recuerdo si fuiste tú quien me tranquilizaste con tus palabras y con tu mirada cálida y acogedora. Mi cuerpo, tu cuerpo, no deja de registrar hábitos, de almacenar en la mente y en la piel experiencias que se nos repiten una y otra vez. La mayor parte de lo que expresamos, con la palabra o con el cuerpo, en tu presencia o en soledad, es pura repetición de hábitos adquiridos. Ideas repetidas, gestos repetidos, hábitos contraídos. De algunos soy consciente, otros operan sin tenerme en cuenta, desde el profundo inconsciente. Cuando estoy contigo, cuando pienso en ti, cuando te siento en mi, una y otra vez, casi sin excepción, recurro a caminos muchas veces transitados, ni buenos ni malos, simplemente conocidos. No me desnudo ante ti, no sabría, aunque sé que es posible hacerlo.
En tu presencia o ausencia, contigo y con quienes comparto un sueño, una visión, un trabajo, una manera de vivir el día a día, con todos vosotros estoy conectado. De la misma manera que tú estás conectado con toda la gente que forma o ha formado parte de tu vida. Conexiones distintas con gentes y grupos distintos. No son sólo las palabras quienes hacen de vínculo, ni tampoco los gestos, ni los recuerdos, aunque así lo creamos. Contraer hábitos es robar un cachito de identidad a un ser que se expresa cada día en todo lo que somos. Mis ideas más queridas, las más odiadas, las más difíciles (hábitos de la mente) son la expresión de un ser que se manifiesta preferentemente a través de la palabra. Mis gestos más seductores, los más agresivos, los más dulces (hábitos del cuerpo) son igualmente la expresión de un ser que se manifiesta a través de mi cuerpo. Mis explosiones de alegría o de rabia, mis enfados, mi ternura, todo ello es la expresión de un ser que se expresa a través de mi plano emocional. Es verdad que la expresión es única porque yo soy único, nadie ha vivido mi vida, pero el ser es el mismo para ti y para mi. Cuando estamos juntos, tú y yo, todos nosotros, hay un ser que se expresa a través de nosotros, que quiere hacerse visible a través de la palabra, de las emociones, de los flujos invisibles de atracción y repulsión que llenan el espacio que creamos entre todos. Es un ser que se expresa a través de todos los roles que jugamos, cuando tiramos de la gente para sacar adelante un proyecto o nos dejamos arrastrar, cuando apoyamos una propuesta ajena o nos enfrentamos a ella, cuando nos sentimos unidos y, también, cuando discutimos y nos sentimos alejados, cuando conseguimos nuestros objetivos y lo celebramos o cuando estamos atascados y en conflicto.
Claro que tú y yo hemos comunicado muchas veces sin necesidad de utilizar palabras. En alguna ocasión nos hemos mirado a los ojos, dejando caer una lágrima mientras nos alejábamos en direcciones contrarias. En otro momento bailamos juntos, sintiendo el calor de nuestros cuerpos cercanos. Incluso hicimos el amor explorando juntos territorios de perfil cambiante, mientras nos sentíamos profundamente comprendidos. Un día te he visto reír, saltar y jugar como un niño pequeño, llenando el espacio con tu explosión de alegría. Otro he visto la ira reflejada en tu rostro, la mueca de rabia, angustia, impotencia o amenaza que reemplaza toda palabra cuando el miedo aflora ante lo extraño o lo diferente. Junto con las palabras, el cuerpo es mi mejor recurso expresivo. De hecho, casi todo lo que te digo cuando te hablo, te lo digo con el cuerpo. La palabra hablada, sin las posibilidades expresivas del cuerpo —tono, modulación, intensidad de la voz, gestos con la cara o con las manos, postura, posición, etc.— apenas produce una cantinela insulsa incapaz de dejar huella. Juntos, podemos estar hablando o en silencio, mirarnos a los ojos o darnos la espalda, pero en tanto que seres vivos y expresivos, siempre estamos comunicando.
No siempre estamos juntos, al menos no en el mismo espacio físico. Pero seguimos conectados. Yo te guardo en mi memoria. Seguramente tú también te acordarás de mi. Yo no me olvido de las veces que te has burlado de mi, no me olvido de tus desprecios constantes, no me olvido de tus abusos, tus maneras prepotentes, tu intransigencia, tus gritos... Algunas cosas las tengo tan grabadas que no sólo son recuerdos tuyos que guardo en mi mente, están también en mi cuerpo, me producen escalofríos en la piel o temblores en las manos, me revuelven el estómago o agitan violentamente el latir de mi corazón. También guardo sensaciones dulces que me invitan a una sonrisa, aunque ahora no recuerdo si fuiste tú quien me tranquilizaste con tus palabras y con tu mirada cálida y acogedora. Mi cuerpo, tu cuerpo, no deja de registrar hábitos, de almacenar en la mente y en la piel experiencias que se nos repiten una y otra vez. La mayor parte de lo que expresamos, con la palabra o con el cuerpo, en tu presencia o en soledad, es pura repetición de hábitos adquiridos. Ideas repetidas, gestos repetidos, hábitos contraídos. De algunos soy consciente, otros operan sin tenerme en cuenta, desde el profundo inconsciente. Cuando estoy contigo, cuando pienso en ti, cuando te siento en mi, una y otra vez, casi sin excepción, recurro a caminos muchas veces transitados, ni buenos ni malos, simplemente conocidos. No me desnudo ante ti, no sabría, aunque sé que es posible hacerlo.
En tu presencia o ausencia, contigo y con quienes comparto un sueño, una visión, un trabajo, una manera de vivir el día a día, con todos vosotros estoy conectado. De la misma manera que tú estás conectado con toda la gente que forma o ha formado parte de tu vida. Conexiones distintas con gentes y grupos distintos. No son sólo las palabras quienes hacen de vínculo, ni tampoco los gestos, ni los recuerdos, aunque así lo creamos. Contraer hábitos es robar un cachito de identidad a un ser que se expresa cada día en todo lo que somos. Mis ideas más queridas, las más odiadas, las más difíciles (hábitos de la mente) son la expresión de un ser que se manifiesta preferentemente a través de la palabra. Mis gestos más seductores, los más agresivos, los más dulces (hábitos del cuerpo) son igualmente la expresión de un ser que se manifiesta a través de mi cuerpo. Mis explosiones de alegría o de rabia, mis enfados, mi ternura, todo ello es la expresión de un ser que se expresa a través de mi plano emocional. Es verdad que la expresión es única porque yo soy único, nadie ha vivido mi vida, pero el ser es el mismo para ti y para mi. Cuando estamos juntos, tú y yo, todos nosotros, hay un ser que se expresa a través de nosotros, que quiere hacerse visible a través de la palabra, de las emociones, de los flujos invisibles de atracción y repulsión que llenan el espacio que creamos entre todos. Es un ser que se expresa a través de todos los roles que jugamos, cuando tiramos de la gente para sacar adelante un proyecto o nos dejamos arrastrar, cuando apoyamos una propuesta ajena o nos enfrentamos a ella, cuando nos sentimos unidos y, también, cuando discutimos y nos sentimos alejados, cuando conseguimos nuestros objetivos y lo celebramos o cuando estamos atascados y en conflicto.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)