Crear comunidad no es fácil. Es un proceso que puede durar días o años. Algunos grupos no lo consiguen nunca, incapaces de superar una larga fase de conflicto. Otros oscilan entre periodos estables y efectivos, junto a periodos de crisis, conflictos y cambios. Y es que mantenerse todo el tiempo como un grupo cohesionado, efectivo y armónico, tampoco es fácil, pues toda comunidad es una realidad dinámica viva, que se reestructura permanentemente y requiere una cierta capacidad para adaptarse a los cambios.
Conocer los pasos para crear comunidad favorece sin duda el proceso, pues nos permite ser más conscientes de qué manera nuestras acciones influyen en él, o evaluar hasta qué punto estamos creando las estructuras organizativas adecuadas. Con todo, el simple conocimiento teórico no basta. Es necesario integrar estas ideas en nuestra forma de ser y estar dispuestos a entrar en un proceso de transformación personal que debe acompañar todo proceso de cambio colectivo.
Toda comunidad tiene un aglutinante, un pegamento que le da cohesión interna, y que en la mayoría de los casos se traduce en una visión común simple, clara y auténtica. Articular y poner por escrito esta visión común es una de las primeras tareas que todo grupo debe hacer en el proceso de crear comunidad. Una vez que la intención común y los valores colectivos han sido definidos y aceptados por todos, hemos creado un suelo saludable para el crecimiento del grupo. Este es el primer paso.
Respeto, cuidado, apoyo mutuo... son cualidades que ayudan a consolidar un grupo si conseguimos que estén presentes en nuestras relaciones. En una atmósfera de confianza, los procesos grupales fluyen con facilidad, e incluso resultan divertidos. Pero la confianza necesita ser cultivada. La confianza crece en presencia de una comunicación profunda y de corazón. Y crece igualmente cuando conseguimos que las cosas funcionen bien porque como grupo nos organizamos bien y disponemos de las estructuras apropiadas.
Desde aquí, desde el suelo fértil en el que comenzamos, crear comunidad es un proceso que involucra diferentes capas de acción que van en paralelo. Para crear las estructuras, los procedimientos y los acuerdos que nos permitan funcionar bien como grupo y conseguir nuestros objetivos, necesitamos desarrollar habilidades en los niveles personal, interpersonal y colectivo. La tabla 1, basada en la Teoría Integral de Ken Wilber, muestra tanto las estructuras y acuerdos que todo grupo necesita (cuadrante inferior derecha), como las habilidades personales (cuadrante superior izquierda), interpersonales (cuadrante superior derecha) y colectivas (cuadrante inferior izquierda), que hemos de considerar y desarrollar para construir una comunidad sostenible.
Quizá lo más destacado del primer cuadrante (Intención) sea la necesidad de abandonar la actitud victimista en la que tan fácilmente nos instalamos, fácilmente visible en la queja continua de lo que no nos gusta, sin asumir nuestra responsabilidad en que las cosas sean como son. Son siempre los otros los ‘culpables’ de nuestros males, y si no son personas reales, son entonces personajes o entidades ocultas con un poder casi mágico contra el que nada podemos hacer. Esta actitud victimista se basa en el miedo y la sensación de que no tenemos poder. En su lugar, una actitud creativa ante la vida pasa por asumir la responsabilidad de lo que vivimos, conectando con nuestro poder, individual y colectivo, para cambiar aquello que no nos gusta, o al menos para llegar acuerdos satisfactorios con quienes ven el mundo de otra manera.
En el segundo cuadrante (Comportamiento) destaca la idea de una nueva forma de comunicación que tiene como principales elementos la asertividad —la afirmación de lo que queremos, sin caer en la agresión o la inhibición—, la escucha activa y la empatía —la creación de un espacio de acogida para la expresión del otro, y la compasión.
En el cuadrante de Sistemas, destacan 4 grandes estructuras o espacios colectivos que todo grupo debería poner en marcha: 1. La toma de decisiones; 2. La gestión emocional; 3. El espacio de creación colectiva; y 4. El espacio de celebración. Según esto, un grupo no sólo se debería reunir para tomar decisiones. Se debería reunir también para explorar cómo se halla a nivel emocional, para llevar a cabo actividades de trabajo compartido o de expresión artística colectiva, y para compartir momentos de éxito, de alegría, de pesar o de silencio compartido.
Por último, en el cuadrante Cultura es importante aprender a valorar la diversidad de roles presentes en todo grupo y darles el espacio que necesitan. Es particularmente importante reconocer y apreciar el rol del líder, pues sin su capacidad para presentar y sostener iniciativas, el grupo no podría alcanzar sus objetivos; a la par que se reconoce y valora el rol del seguidor por su dedicación y entrega, e incluso el del crítico u opositor, por su esfuerzo en hacernos ver lo que nos cuesta ver. Igualmente importante es el rol del élder, por su capacidad para acoger y traer a la conciencia del grupo las diversas voces, tanto las de quienes tienen poder, como las de quienes no lo tienen y tienden a ser marginados. Su sola presencia invita al grupo a reflexionar sobre cómo se distribuye el poder en el grupo y cómo se está utilizando, permitiéndonos ganar conciencia de los abusos que cometemos desde el poder, así como del daño que también podemos hacer desde la venganza y el terrorismo que practicamos cuando nos sentimos víctimas.
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