Mientras dormía, una voz me preguntó:
¿Quién eres? con ingenuidad respondí, Ulises, o José Luis, o como quieras llamarme.
La voz siguió: gracias, ahora sé tu nombre, pero dime, ¿quién eres?
pensando un poco más dije que era un hombre, a punto de cumplir los 50, felizmente emparejado, sin hijos.
Gracias, dijo de nuevo la voz, ahora sé tu edad y tu estado civil, pero ¿quién eres?
Casi con irritación, respondí que era una persona con intereses muy variados, que mi vida me había llevado a diferentes lugares del mundo siguiendo inquietudes que no terminaba de comprender, que había estudiado matemáticas, filosofía, resolución de conflictos, facilitación de grupos..., en búsqueda permanente de algo que se me escapaba.
La voz no perdió la calma y de nuevo me agradeció la respuesta, ahora sabía lo que había hecho en mi vida y lo que me inquietaba, pero no pareció satisfacerle porque me volvió a preguntar: ¿quién eres?
Un beso, una caricia, una palabra, le dije entonces, mientras mi voz pasaba de la irritación a la ensoñación. Soy el mar, soy las olas, soy agua y sal, tierra y fuego, aire y silencio. Soy una montaña de ancha base, un volcán que escupe palabras incendiarias, un río sin principio ni final. Soy un eco que reverbera en la noche, soy la próxima estrella fugaz.
Soy tus ojos, si necesitas ver, soy tus manos, si necesitas hacer. Soy tu recuerdo cuando no estás, soy tu apoyo y tu sostén. Soy el que se acurruca a tu lado, el que te mira con ojos traviesos, el que saborea tu sonrisa. Soy el deseo y lo deseado, soy placer, dicha, alegría y diversión; y soy también esfuerzo, decisión y compromiso.
Soy expresión de vida, soy vida. Nací con el universo, moriré con él, o tal vez no muera nunca.
La voz había desaparecido. Y yo me desperté con los primeros rayos de sol.
26 ago 2012
24 ago 2012
Dos formas de mirar
Si miro por la ventana de casa veo un enorme saúco con sus frutos a punto de madurar. Más allá, una pradera de hierba y un gatito royo que se entretiene con las flores. Al fondo mi vecino F sale de casa para dar su paseo matutino. Ayer tarde me contó las dificultades de la expedición matinal a la fuente del agua y el duro trabajo para desenterrar una balsa que podría darnos un poco de agua, ahora que ya se secó el barranco y el agua no llega al pueblo. Poco antes, había charlado un rato con M, quien está desescombrando una ruina. Quedamos en echar unas horas las próximas tardes, justo cuando el sol empieza a bajar. Todo esto ocurre en Artosilla, un pueblo de vecinos con sus problemas, sus conflictos y unas relaciones que, sin duda, podrían ser mejores. Sin embargo, hay algunas reglas básicas que operan por debajo de las diferencias visibles. En caso de dificultades, como la falta de agua, o de trabajos que desbordan la capacidad de un vecino, como desescombrar, todos echamos una mano, cada cual según sus posibilidades. La casa de M está justo enfrente de la mía, es una casa real, bueno una ruina real, con muros de piedra y argamasa de barro. Su esfuerzo para sacar los escombros del suelo es real, a base de pico, pala y carretillo. Vaciar la balsa anegada de barro para buscar agua es un hecho real, con varias manos y mentes cavilando para hacer más llevadero el trabajo. En Aineto, el pueblo de al lado, me contaba mi amiga S, que varios vecinos se han puesto unas vacas para hacer queso, con la intención de complementar el escaso trabajo remunerado existente en la zona. Sin duda, unas vacas reales, que hay que dar de comer y ordeñar todos los días. A veces se escapan y entonces hay que ir a buscarlas al monte.
Por el contrario, si miro por la ventana de mi ordenador veo un mundo muy diferente que llega hasta mi a través de la prensa digital, del Facebook o el Twitter, con titulares que hablan un día sí y otro también de una crisis económica insostenible, consignas lanzadas en la red para que unos, que al parecer ganan mucho, se bajen los sueldos o directamente dejen sus cargos de pésimos gestores, y otros, que no ganan tanto, se unan en su protesta contra quienes nos gobiernan, contra los bancos o los especuladores sin escrúpulos. Si unos avisan de más recortes, necesarios según dicen para salir de esta crisis, otros responden con movilizaciones para evitarlos, si los primeros hablan de que las cuentas no cuadran y los recortes son por tanto inevitables, los segundos desvelan las trampas ideológicas que se esconden detrás de tales declaraciones. Es sin duda un mundo igualmente real, al menos los recortes son reales, afectan a miles, millones de personas reales, que ven mermados sus ingresos mientras aumentan sus dificultades para llegar a fin de mes. El dolor, el sufrimiento de todas las familias que se quedan sin casa, sin trabajo, sin ilusión por un futuro que se presenta cada vez más negro, es también real. Afortunadamente la ventana de mi ordenador me permite ver también otra realidad. La de todas aquellas personas que están desarrollando proyectos por un mundo más justo, más inclusivo, por un mundo en paz. Proyectos que seguramente no conocería, ni podrían inspirarme cuando quisiera volver a mirar por la ventana de la habitación.
Me encuentro así con dos formas de mirar, dos realidades paralelas, una inmediata, cercana, en mi entorno, en la gente que me rodea; la otra, casi igual de inmediata, construida en un entorno virtual que se alza sobre un mundo tan distante como real, con gente que está lejos, pero que de alguna manera también está cerca. Ambas miradas son importantes, ambas necesarias para quien se identifica como un ser ‘glocal’, para quien decide actuar en su entorno inspirado por lo que ve en otros sitios, para quien cree que su acción puede ser un ejemplo inspirador para otros. Poco a poco una nueva realidad va surgiendo en respuesta a estas dos miradas. A través de mi experiencia local pongo sonidos, aromas, emoción a lo que percibo en el mundo virtual. Gracias a lo que veo más allá de mis ojos, mi realidad inmediata se llena de ilusión y de sentido. En esta nueva realidad, Artosilla deja de ser una pequeña aldea perdida en tierra de nadie, y se convierte en un nodo más de una tupida red de conexiones que alumbran un nuevo mundo. Mi vecino M, aunque él no es muy consciente de todo esto, no está solo, a través de la ventana de mi ordenador una nueva realidad espera agazapada su llamada.
Por el contrario, si miro por la ventana de mi ordenador veo un mundo muy diferente que llega hasta mi a través de la prensa digital, del Facebook o el Twitter, con titulares que hablan un día sí y otro también de una crisis económica insostenible, consignas lanzadas en la red para que unos, que al parecer ganan mucho, se bajen los sueldos o directamente dejen sus cargos de pésimos gestores, y otros, que no ganan tanto, se unan en su protesta contra quienes nos gobiernan, contra los bancos o los especuladores sin escrúpulos. Si unos avisan de más recortes, necesarios según dicen para salir de esta crisis, otros responden con movilizaciones para evitarlos, si los primeros hablan de que las cuentas no cuadran y los recortes son por tanto inevitables, los segundos desvelan las trampas ideológicas que se esconden detrás de tales declaraciones. Es sin duda un mundo igualmente real, al menos los recortes son reales, afectan a miles, millones de personas reales, que ven mermados sus ingresos mientras aumentan sus dificultades para llegar a fin de mes. El dolor, el sufrimiento de todas las familias que se quedan sin casa, sin trabajo, sin ilusión por un futuro que se presenta cada vez más negro, es también real. Afortunadamente la ventana de mi ordenador me permite ver también otra realidad. La de todas aquellas personas que están desarrollando proyectos por un mundo más justo, más inclusivo, por un mundo en paz. Proyectos que seguramente no conocería, ni podrían inspirarme cuando quisiera volver a mirar por la ventana de la habitación.
Me encuentro así con dos formas de mirar, dos realidades paralelas, una inmediata, cercana, en mi entorno, en la gente que me rodea; la otra, casi igual de inmediata, construida en un entorno virtual que se alza sobre un mundo tan distante como real, con gente que está lejos, pero que de alguna manera también está cerca. Ambas miradas son importantes, ambas necesarias para quien se identifica como un ser ‘glocal’, para quien decide actuar en su entorno inspirado por lo que ve en otros sitios, para quien cree que su acción puede ser un ejemplo inspirador para otros. Poco a poco una nueva realidad va surgiendo en respuesta a estas dos miradas. A través de mi experiencia local pongo sonidos, aromas, emoción a lo que percibo en el mundo virtual. Gracias a lo que veo más allá de mis ojos, mi realidad inmediata se llena de ilusión y de sentido. En esta nueva realidad, Artosilla deja de ser una pequeña aldea perdida en tierra de nadie, y se convierte en un nodo más de una tupida red de conexiones que alumbran un nuevo mundo. Mi vecino M, aunque él no es muy consciente de todo esto, no está solo, a través de la ventana de mi ordenador una nueva realidad espera agazapada su llamada.
18 ago 2012
Sin fotos, ni 'na'
Ahí va, sin fotos ni 'na':
a ver si abandonamos de una vez esa actitud victimista que nos lleva a quejarnos de todo lo que nos pasa, echando la culpa a otros, y asumimos la responsabilidad que tenemos en llevar nuestras vidas en coherencia con lo que creemos; a ver si desarrollamos de una vez una actitud más creativa. Un ejemplo: el dinero no vale nada, no nos da seguridad, no es nuestro principal valor. No lo guardes, si tienes algo, sácalo del banco y compártelo en proyectos que lo necesitan. Empecemos por valorar más lo que somos capaces de compartir y menos lo que poseemos individualmente. Ayudando a crear riqueza a nuestro alrededor, nos hacemos más ricos.
¿Obvio, no? Pues ala, que no se diga.
a ver si abandonamos de una vez esa actitud victimista que nos lleva a quejarnos de todo lo que nos pasa, echando la culpa a otros, y asumimos la responsabilidad que tenemos en llevar nuestras vidas en coherencia con lo que creemos; a ver si desarrollamos de una vez una actitud más creativa. Un ejemplo: el dinero no vale nada, no nos da seguridad, no es nuestro principal valor. No lo guardes, si tienes algo, sácalo del banco y compártelo en proyectos que lo necesitan. Empecemos por valorar más lo que somos capaces de compartir y menos lo que poseemos individualmente. Ayudando a crear riqueza a nuestro alrededor, nos hacemos más ricos.
¿Obvio, no? Pues ala, que no se diga.
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